El altiplano continental.
Nuestra Ribera es un paisaje abierto de ancho horizonte. En medio, el curso sinuoso del Duero discurre ceñido por finas líneas de arbolado. En estas tierras altas y llanas, sucesivas generaciones de agricultores han cultivado la vid y el cereal entre páramos y cerros aislados.
Clima de extremos.
Inviernos duros, veranos tórridos, lluvia escasa y una amplitud térmica desmedida. En un clima exigente como en ninguna otra geografía de España, las cepas muestran una capacidad de adaptación extraordinaria. A cambio, reciben el don de un ambiente sano, puro y beneficioso para la uva.
Los suelos arenosos.
La aptitud de la finca para la viticultura descansa en unos suelos excepcionales. De tipo básico, su textura franca y mayoritariamente arenosa aporta finura y definición a nuestros vinos. Esta singularidad es patente sobre todo en parcelas tan importantes como Los Hoyales y la zona oriental de Fuentelún.
Un mundo
en cada parcela.
Es fascinante observar cómo en una finca única y compacta surgen tantos matices. La diversidad de suelos es clave y hace que apliquemos una viticultura diferenciada en cada una de las 18 parcelas de la finca. También vinificamos por separado cada pequeña zona. Algunas añadas, hemos llegado a tener 50 vinos diferentes en bodega.
La historia bajo el viñedo.
A tan solo un kilómetro de la finca de Cruz de Alba, a orillas del Duero, se ubicó hace 2.400 años una importante población prerromana que algunos autores identifican con la mítica ciudad de Pintia. Fundada por el pueblo celta de los vacceos, se dedicaba a la ganadería, al cultivo de cereales y al comercio. Seguramente, también a la viña.
Aunque queda mucho por excavar y descubrir, sabemos que este núcleo ocupaba más de 100 hectáreas y fue habitado sucesivamente por romanos y visigodos. Más tarde, desapareció para siempre. Buena parte de sus restos permanecen ocultos bajo viñedos y trigales.